Hay dos modos de vivir la vida como “Pasión”. Y Jesús vivió los dos. Uno es el célebre y conocido, el que recordamos todos los años “litúrgicamente” con solemnidad, y puede que todos los días cuando miramos la cruz o loconsideramos en nuestro pensamiento o en nuestras palabras: ocurrió en Jerusalén hace casi dos mil años, duró solamente unas horas, y esa Pasión lo convirtió en víctima inocente, en objeto pasivo de burlas y desprecio, en un pelele maltratado y manejado al antojo de sus acusadores y verdugos. Fue una “Pasión” impuesta, injusta, indigna, reveladora de la vileza y de la maldad instalada en el dominio de lo humano y en sus más altas esferas. Es pública, manifiesta y constatable. Jesús vivió así los últimos momentos de su existencia terrena.
El otro modo de vivir la vida como “pasión”, por el contrario, ocupó toda su vida. Y no se redujo a dejarse arrastrar por la marea de un odio creciente y destructor, que puso en evidencia los callejones sin salida tanto de nuestro orden social como del religioso cuando sólo pretenden el control, el poder, y la falsa justicia de preservar a toda costa el arbitrario mundo establecido.
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