3º domingo de Pascua A — 26 abril 2020
Hechos de los Apóstoles 2,14.22b-33 — 1 Pedro 1,17-21 — Lucas 24,13-35
“Para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel” A veces tenemos que tocar fondo para poder realzarnos. Espero (¿en vano?) que no lo necesitemos en la crisis actual de Covid-19. Pero es cierto que ese tocar fondo fue necesario en los tres momentos más importantes de nuestra historia espiritual bíblica. Viviendo en Egipto como «señores» gracias a José, los israelitas tuvieron que caer en la esclavitud para poder apreciar, en el Éxodo, la libertad a la que habían sido llamados. Más tarde, para que renacieran como pueblo de Dios, tuvieron que perder, en el Exilio, los tres pilares en que se apoyaba su vida humana y espiritual: la tierra, la realeza y el templo. Y fue necesario que Jesús compartiera con nosotros debilidad y muerte para que pudiera alzarse de nuevo como cabeza de la nueva humanidad. Los discípulos no querían aceptar que Jesús pudiera morir como un fracasado, crucificado como un bandido. ¿Por qué?
Texto: 3º domingo de Pascua A-Echeverría
P. José Ramón Echeverría Mancho p.b.
Pamplona, 23-04-2020