Cuando todavía faltan varias horas para que despunte el día, cuando sus vecinos y paisanos aún duermen, Zamda y Um, dos hermanas de 14 y 17 años, se preparan para el viaje de 10 kilómetros que están a punto de emprender. Su particular y cotidiana travesía. Una odisea llena de dificultades, más aún en época de lluvias, que ambas, que nacieron y viven en una remota aldea de la zona central de Tanzania, un lugar humilde y rural donde las mujeres encuentran muchos más problemas y menos soluciones que los hombres, deben afrontar a diario para ir a la escuela de educación secundaria. Sueñan con un futuro más próspero para ellas y para su familia.
Son las cuatro y media de la madrugada, la fuerte lluvia golpea la placa de aluminio del tejado y produce un sonido que hace difícil conciliar el sueño. Desde que comenzó a caer agua poco antes de la medianoche, el ensordecedor ruido ha ido yendo a más de forma paulatina. Cuando suena el despertador, pasados unos minutos, Amisi Nchira, un granjero de 53 años —cabeza y rostro afeitado, figura delgada y sonrisa bonachona—, se levanta, corre el pestillo para abrir la puerta de su casa, mira afuera y dice en lengua kirangi: “Ha llovido mucho y el río vendrá cargado de agua. No sé si las niñas van a poder ir hoy al colegio”.
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