¿Y si aprovechamos para condenarnos menos y para querernos más?
14 de febrero. San Valentín. Enamorados de todo el mundo dan rienda suelta a su cariño (y a sus compras) en las gran fiesta del Amor (y del comercio), justo después de Navidad (que los santos también entienden de economía, oiga). 14 de febrero. Miércoles de Ceniza. Día de ayuno y expiación, de recuerdo del polvo que somos, y en el que nos habremos de convertir, en el arranque de los 40 días de Cuaresma.
Amor, y sufrimiento, de nuevo de la mano. No en vano el propio Valentín -según la leyenda- fue martirizado por bendecir el amor (cristiano) de los soldados romanos. No se vayan a creer que esto de las bendiciones (y de los inquisidores) tiene su origen en ‘Fiducia Supplicans’.
Enamorados y penitentes, juntos por un día. Arranca la Cuaresma en San Valentín, y hay pocas dudas sobre qué estará más lleno: si templos, si restaurantes, si comercios… Por mucho que se empeñen nuestros obispos, hay más ‘First Dates’ que ‘Forever Match’ (a quién se le habrá ocurrido la idea, tan de ‘cristianismo guay’, en la Conferencia Episcopal), sea lo que sea lo que quieren hacer que signifiquen los palabros. Evangelio a golpe de ‘trending topic’, que así nos va…
Tendríamos que querernos más, y arrepentirnos menos («Mejor pedir perdón que pedir permiso», como dice el padre Ángel, quien curiosamente -o tal vez no- custodio los restos de Valentín en la iglesia de San Antón -otro santo que bendecía, incluso a animales, no se imaginen que también a personas que se aman-), y acercarnos al confesionario como quien acude a ver a un amigo que escucha, que nunca falla, que perdona y bendice, y no hacerlo como quien va al dentista, con miedo y esperando que la solución duela…
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