Dos maneras de ver al hombre de hoy. ¿Acaso no es un náufrago que quiere sobrevivir?
La imagen del hombre moderno es la del individualista, la del hombre que se enfrenta solo a la tarea de sobrevivir y construir un hogar confortable. ¿Y qué otra cosa es esto sino la historia de un náufrago?
La metáfora no es baladí y quizá sea eso lo que explique el interés en el género de novelas de náufrago. Entre ellas, destaca con nombre propio Robinson Crusoe (1719), a raíz de la cual han surgido diversas versiones para el cine y la literatura. Destacan dos: Der Schwizerische Robinson (El Robinson suizo o, también, Familia de Robinsones, 1812) de Johann David Wyss y Escuela de Robinsones (1882) de Julio Verne (1828-1905).
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Verne “separa” dos aspectos en cuanto que insta a obrar bien (recte agens) y, entonces, a confiar. El amor que Dios nos tiene no depende de nuestras buenas obras, no se basa en nada que nosotros tengamos o realicemos.
Es más, si se apoyase en nuestra acción y actuásemos mal, entonces Dios ya no podría amarnos, perderíamos lo más grande que tenemos: el amor de Dios. No tenemos que ganarnos el amor de Dios. Ni siquiera sostenerlo. Es un don gratuito. Hay que procurar llevar una buena vida (recte agens) y dejarse abrazar (Confide). Y vendrá lo mejor.
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