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TRAS LA HUELLA DE UN VERANO DIFERENTE

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Aún sin conocernos personalmente, si algo nos unía a todos los participantes de la experiencia de voluntariado en Tetuán era la incertidumbre y el miedo a lo desconocido, pero también una gran ilusión por embarcarnos juntos durante dos semanas en una nueva aventura que ya, antes de empezar, todos deseábamos que dejase una huella importante en nuestras vidas, como puedo asegurar que así ha sido para cada uno de nosotros.

El último día y antes de despedirnos, nos prometimos a nosotros mismos que, aunque hubiese sido una experiencia corta y fugaz en nuestras vidas, sin embargo no dejaríamos que sólo significase un viaje o vivencia más para añadir y fácilmente olvidar.

Tras una realidad impactante y tan diferente a la nuestra, a tan sólo 35 kilómetros de nuestro país, los primeros días nos sirvieron de toma de contacto, no sólo con una cultura, religión y costumbres distintos, sino también para conocernos mejor entre nosotros mismos y las motivaciones que cada uno había traído a este lugar.

Así, a lo largo de nuestra estancia en Marruecos, tuvimos la oportunidad de conocer más de cerca, no sólo Tetuán, la ciudad que nos acogería durante dos semanas, sino también Tánger, un bonito pueblo costero llamado Asilah y, especialmente, la denominada “perla azul de Marruecos”, Chefchaouen, donde sus calles pintadas con un intenso color azul, sin duda nos cautivaron a todos.

De este modo, a través de algunas de estas excursiones y con la alegría y confianza de haber tenido un poco de tiempo para conocernos entre nosotros, a los pocos días de estar allí, iniciamos nuestro voluntariado en las diferentes asociaciones con las que habríamos de colaborar durante nuestra estancia allí. Sin embargo, los temores y las inseguridades por no saber qué podríamos aportar, se hicieron muy presentes durante los primeros momentos, pero Dios hace fácil lo que parece, en principio, un obstáculo insuperable, y así, poco a poco, un idioma desconocido, una cultura diferente y distinta religión, no nos impidieron lanzar un puente de alegría, confianza y cariño con todas las personas con las que nos íbamos encontrando cada mañana, de modo que una sonrisa abierta y sincera, un abrazo oportuno y una mirada llena de complicidad se transformaron sin duda en las mejores herramientas para hacernos entender y poder comunicarnos.

Cuánta razón hay en la frase: “no se ve bien sino con el corazón”, y es que es sólo acercándote y conociendo de verdad a las personas, cuando se nos derrumban todos nuestros prejuicios e ideas tan equivocadas.

Allí, en Tetuán, al estar cerca de las madres acompañando a sus hijos discapacitados, para nosotros dejaron de ser simples mujeres musulmanas alejadas de nuestra propia religión y cultura, para convertirse ante nuestros ojos en todo un ejército de mujeres valientes, que sufren y luchan cada día con fuerza y coraje por la felicidad de sus hijos enfermos y necesitados.

Y los niños con los que jugábamos a diario fueron también para nosotros un ejemplo de alegría, sencillez y ganas de “comerse a mordiscos” una vida dura y difícil que les ha tocado vivir, pero a la que ellos responden, a través de sus risas y juegos, con esperanza por un futuro un poco mejor.

Una diminuta y sencilla vela no tiene gran valor si está rodeada de una gran claridad, pero qué grande e importante puede llegar a ser su luz cuando todo es tiniebla y oscuridad a su alrededor. Así, día tras día, fuimos comprobando que nuestra pequeña ayuda quizás no les sirviera para cambiar sus vidas frágiles y llenas de lucha y dolor, pero sí, al menos, confiamos en que los pequeños momentos compartidos con ellos, se hayan transformado en alegres recuerdos que les puedan servir de estímulo y alegría en los momentos difíciles que les siga tocando vivir. Tal como decía nuestra querida y recién proclamada santa Teresa de Calcuta: “a veces sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota”.

Ahora nos toca a cada uno de nosotros, en nuestros respectivos ambientes y ciudades, procurar que el espíritu de todo lo allí vivido no se pierda ni se eche en el olvido, pues estoy convencida que a todos, en mayor o menor medida, ha dejado una huella importante y significativa en nuestras vidas.

¿Quién sabe si no ha sido sólo una pequeña semilla de algo grande y hermoso que Dios tiene preparado para cada uno de nosotros? Sólo Él lo sabe y dependerá de cada cual cuidar y cultivar esa pequeña semilla para que algún día pueda dar el mejor fruto, ya que lo que yo no haga, sin duda, se dejará sin hacer.

 

Blanca Murillo (Cáceres)

TETUÁN 2016

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