Carta pastoral sobre san José como maestro en la misión
La carta apostólica Patris corde del Papa Francisco suscitó en mi corazón el deseo de escribiros esta carta pastoral sobre san José como maestro en la misión. En este trienio he querido que todos nos pongamos en estado de misión para eliminar el riesgo de clausurarnos en nuestros propios intereses y acabar convertidos en discípulos quejosos y quejumbrosos sin pasión por anunciar la alegría del Evangelio. Así, os he dirigido ya las dos primeras cartas pastorales programadas: «¿Qué quieres que haga por ti?», con la pregunta que dirige Jesús al ciego Bartimeo, y la que estamos haciendo vida este año, «Quiero entrar en tu casa», con la petición que hace Jesús a Zaqueo. Ambos textos marcan la dirección en la que deseamos trabajar según el proyecto evangelizador que hacemos trienalmente y que nos viene alentado por la exhortación apostólica Evangelii gaudium. Como sabéis, siempre parto de un texto del Evangelio, ya que la Palabra de Dios contiene un dinamismo de salida que es siempre provocativo y alienta la transformación misionera de la Iglesia y nuestra vocación de discípulos de Cristo y miembros vivos de su Iglesia.
Cuando leí la carta apostólica Patris corde entendí mejor la tarea a la que el Papa Francisco nos convoca. En san José se hacen vida muchos de los desafíos del cristianismo hoy. Por eso está llamado a ser el santo que nos acompañe en el deseo que inspiraba la carta de este curso: «Quiero entrar en tu casa». Deseamos hacernos presentes en todos los caminos y situaciones en los que se encuentren los hombres y las mujeres de nuestra época, pero siempre alentados por el modo y la manera en que lo hizo san José. Las palabras del Papa Francisco son muy clarificadoras: «En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su espíritu. La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras. En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que “Él nos amó primero” (1 Jn 4, 19) y que “es Dios quien hace crecer” (1 Co 3, 7). Esta convicción nos permite conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos ofrece todo» (EG 12).
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