| Francisca Abad Martín
Normalmente cuando nos ponemos a escribir sobre la vida de los santos, solemos, por lo general, tener tantos datos sobre ellos que nuestro mayor problema es organizarlos cronológicamente, citar las obras que realizaron, los libros o tratados que escribieron, o los discursos que pronunciaron. Lo curioso de San José es que teniendo tan pocos datos sobre él, se puedan decir tantas cosas… porque el paso de San José por este mundo no fue precisamente para ocupar un puesto de relumbrón, sino para echarse a un lado, dejando el protagonismo a aquellos a quienes Dios le había encomendado su custodia y su protección.
Apenas se le cita en los Evangelios, solo Mateo y Lucas se limitan a mencionarle, como de pasada, dando una especie de pinceladas sueltas y solo cuando es estrictamente necesario. Siempre callado, siempre silencioso, pero precisamente en ese profundo silencio radica toda su grandeza; es como un abismo profundo, donde no alcanzas a ver el final; un mar sosegado y sereno, que sobrecoge por su inmensa grandeza y no es precisamente porque en su vida no hubiera dudas, vacilaciones o sobresaltos.
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