“¡Tenemos el derecho, tenemos el derecho!”Collins lo repite una y otra vez, lo grita y lo susurra, le falta sollozar mientras enseña los papeles arrugados y amarillentos que va pasándole un anciano. “¡Tenemos el derecho!” Es como un mantra que se repite en la localidad de Ho, tan natural aquí como la lluvia en la estación húmeda o el rugido de las motocicletas que envuelven la ciudad. En Ho, hace décadas que los independentistas de la nación que llaman Togolandia Occidental pugnan por separarse de Ghana. Su sueño: crear una nación de unos 62.000 km2, más o menos del tamaño de Letonia.
El anciano es una sombra desplomada en su silla. Coincide con Collins y pasa más papeles. Ahora enseña el acta de la independencia de Ghana de 1957, donde los legisladores británicos advierten de que las palabras “Togolandia bajo la supervisión británica” han sido omitidas del texto. Revuelve el anciano en su carpeta de los recuerdos y saca otro fajo de papeles: son mapas de la época colonial fotocopiados decenas de veces para sobrevivir a la podredumbre.
En los mapas aparecen claramente diferenciados los territorios de Togolandia Occidental y de la Costa de Oro (futura Ghana). En algunos mapas se aprecia que Togolandia llega a ocupar una estrecha franja de la costa; en otros, su territorio no llega a tocar el mar. El anciano saca un nuevo papel: son los resultados del referéndum de 1956, en donde los habitantes de Togolandia decidían si integrarse en la próximamente independiente Costa de Oro o en la todavía colonia de Togo. Los votos a favor de permanecer junto a Ghana suman un número seis veces mayor que los que apuestan por unirse a Togo.
“Cuando se organizó el referéndum en 1956, la independencia de Ghana estaba ya acordada, mientras nadie sabía cuándo llegaría la independencia de Togo”, aclara Collins, recuperando unos papeles y entregando otros. “¿Quién habría votado por vivir en una colonia en lugar de elegir una nación africana libre? ¿Crees que es justo que no nos dieran la opción de no pertenecer a Togo ni a Ghana, sino formar una nación propia?”. Los papeles pertenecientes al gobierno británico del siglo pasado diferencian en el texto entre “Togolandia Británica” y “Costa de Oro”, recomendando que los habitantes de Togolandia deben ser consultados antes de que Naciones Unidas tome ninguna decisión en lo que respecta a su derecho de autodeterminación.
“Esta es la realidad a la que nos enfrentamos”, señala Collins con un deje de pesar y ordenando otra remesa de papeles. El hombre explica correctamente que Togolandia fue una colonia alemana hasta el final de la Primera Guerra Mundial, momento en que los ingleses y los franceses dividieron en dos el territorio para integrarlo en sus propias colonias. Francia se quedó con lo que hoy se conoce como Togo y Reino Unido incorporó la franja occidental de la colonia alemana a su sistema administrativo en la Costa de Oro, eso sí, sin que Togolandia Occidental y la Costa de Oro se llegaran a unir para crear un territorio unificado. Esta diferencia entre la unión administrativa y la unión territorial que decidieron los británicos fue la que prendería la mecha de la independencia que arde todavía hoy.
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