El atardecer es el momento del día en el que circulan los espíritus. ¿Quieren los muertos restablecer un vínculo con los vivos? Esos jóvenes que habían decidido partir y que el Atlántico había engullido reclaman justicia y quieren volver a ver a aquellas que aman. Atlantique nos transporta por esta doble energía: jóvenes trabajadores engañados por un jefe insensible, mujeres que sufren por la partida de sus amantes, que fueron a buscar fortuna en otro lugar. Anclada en la dureza de la realidad, la película aborda lo fantástico para transmitir el sentimiento que viven las mujeres. Antes que perderse en lo trágico o lo lacrimógeno, Mati Diop sigue un camino radical de representación.
Una obra en una ciudad nueva acomodada de la periferia de Dakar, Diamniadio. En algunos planos, el viento, el ruido, el trabajo. Algunos bueyes pasan no muy lejos, discreta referencia a la película Touki Bouki. Después, la cólera de unos hombres a los que no les pagan desde hace tres meses. Más tarde, su canto de valentía y de solidaridad encima del remolque de los vehículos que cruzan el mar para devolverlos a la ciudad. Y mientras que la cámara se concentra en Souleiman, se perfila a lo lejos la torre en la que trabajan; una torre de lujo, absurdo proyecto de Wade y de Gadafi que afortunadamente nunca llegó a ver la luz, una suerte de Babilonia anacrónica que el movimiento de los Y’en a marrebarrió en las calles.
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