| Michael Moore
Es sabido que las palabras con que el papa Francisco inicia su encíclica sobre la cuestión ecológica son las mismas con las cuales el otro Francisco −el de Asís−, arranca las alabanzas en su famoso himno-oración conocido como Cántico de las creaturas o también Cántico del hermano sol. Casi 800 años separan un texto del otro, pero, a pesar de eso, hay cierto contexto que los acerca de modo peculiar en estos días en que el mismo obispo de Roma propone celebrar el Vº aniversario de su encíclica con una “Semana de la Laudato si´”.
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La fe del pobre de Asís se vio sacudida en los cimientos originarios de su misma vocación: ¿aquel proyecto llevado adelante durante casi veinte años, era o no lo que Dios le había pedido? ¿su utopía de la fraternidad universal, menor y pobre, era tan sólo eso: una utopía? Francisco sentía que se tambaleaba todo su mundo, como también −probablemente− lo experimentó el mismo Jesús desde lo alto de la cruz, sacudido por la tentación: “¿habrá valido la pena todo esto?” Son los “demonios” de la duda que rondan las historias de los hombres grandes, que van y vuelven esperando la ocasión propicia para golpear (cf Lc 4,13).
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