MULANJE, Malaui – En la aldea de Sonjeke, en el distrito de Mulanje, fronterizo con Mozambique, en el sur de Malaui, los campos de cultivo destruidos se extienden al infinito, después de que las inundaciones los arrasaran con todo cuando el ciclón tropical Freddy azotó el país a mediados de este mes de marzo.
Uno de esos campos devastados, con sus tallos de maíz secos y aplastados contra el suelo, cuando no arrancados de cuajo, pertenece a Eliza Mponya. Su parcela de casi una hectárea ha sido el sustento de esta madre soltera de 51 años y sus cuatro hijos.
No les proporciona todo el maíz que su familia consume en un año, pero su cosecha les aporta buena parte de las necesidades del grano. Mponya calcula que este año la familia se habría autoabastecido con lo sembrado hasta finales de noviembre.
“Tuvimos buenas lluvias aquí, y tuvimos suerte porque mi hijo encontró trabajo a destajo en Mozambique, y conseguimos algo de fertilizante con lo que ganaba”, explicó IPS la agricultora.
“Pero ahora, después de todo el trabajo duro y justo cuando estábamos a punto de recoger los frutos, tenemos estos daños. Es desgarrador», dijo abrumada.
Malaui está todavía de luto por el peor desastre natural que ha asolado en mucho tiempo a este país sin salida al mar del sureste de África, que es uno de los más densamente poblados y menos adelantados del mundo y cuya economía es principalmente agrícola, porque 85 % de sus más de 18 millones de habitantes viven en áreas rurales.
Exactamente un año después del azote de las tormentas tropicales Ana y Gombe, de cuya devastación el país aún no se ha recuperado, el ciclón tropical Freddy golpeó de forma mucho más brutal.
Tras atravesar Madagascar y Mozambique, el ciclón Freddy se introdujo en Malaui el 11 de marzo y en la tarde del día después, la lluvia se abatió sobre 10 de los 13 distritos de la región meridional del país durante las 72 horas siguientes.
Los ríos se desbordaron, las aguas se precipitaron furiosas sobre paisajes incomparables y, más allá de lo que nadie esperaba, varias avalanchas de lodo empujaron gigantescas rocas desde zonas montañosas que, en algunos casos, arrasaron pueblos enteros y aplastaron casas y personas que se encontraban guarecidas durante la noche.