«Un camino de maduración en la recepción del Concilio» y «el reto de caminar juntos»
| Rafael Luciani y Serena Noceti
Un camino de maduración en la recepción del Concilio
El Concilio Vaticano II fue un concilio de reforma. Así lo testimonian los discursos pronunciados por Juan XXIII y Pablo VI al comienzo del primer y segundo período de los trabajos del Concilio. El primero habló de aggiornamento. El segundo de renovatio ecclesiae. Incluso, recurriendo a una expresión de Lutero, el Decreto sobre el ecumenismo —Unitatis redintegratio 4.6— habla de la ecclesia indiget reformatione y perennem reformationem. La forma eclesial a la cual debía apuntar la reforma conciliar la describió una de las mentes más brillantes de Lumen gentium, el Cardenal Suenens.
Poco después de haber culminado el Concilio, Suenens destacó que los dos elementos más ricos de la renovación eclesiológica eran la imagen del Pueblo de Dios como totalidad y la corresponsabilidad en la misión que de ella deriva para todos sus miembros. Por una parte, se entendía que la esencia de lo eclesial reposa sobre el estado de creyentes de todos sus miembros y no en la jerarquía. Por otra, se reconocía la historicidad de la Iglesia en tanto que esta la configura a través de las realidades socioculturales en donde desarrolla su misión.
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