Abr 24, 2021
Mi vida de carmelita ha sido muy larga. Como carmelita he crecido, he madurado enamorándome más del Señor, en quien tengo toda mi confianza.
He buscado siempre el silencio y el recogimiento para abrirme al Señor en una escucha paciente, prestando atención a lo que me pudiera decir, a ese susurro tan suyo que acompaña todo lo que pasa a nuestro lado: el aire, las hojas de los árboles, los pájaros, la lluvia, el coche que pasa por la calle, la campaña que llama a la oración, el rezo de los salmos, los cantos…
Escuchar lo que cada una dice y lo que cada una deja de decir; escuchar los pasos apresurados de las más jóvenes y esos pasos lentos de las que ya vamos despacio; escucha la alegría en las risas de los recreos y también el dolor que habita por momentos las miradas.
Escuchar los problemas de la gente o las historia que no dejan de contar.
Escuchar el simple desahogo de quien no tiene a nadie que le escuche.
Sí, Dios me ha concedido saber escuchar y creo que me he aplicado a ello con toda mi voluntad.
Ahora la mayor parte de los sonidos se me escapan. Las hermanas se tienen que acercar a mi oído y hablar muy claro si quieren que entienda lo que me dicen. Además, necesito auriculares para poder escuchar música.
Ahora el silencio es más denso, pero sigo atenta a lo que Dios susurra para mí.
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