Estas son las claves del primer viaje de un Papa en silla de rueda
Hernán Reyes Alcaide, corresponsal en el Vaticano
«Un peregrinaje penitencial» lo definió él mismo, dándole una significación inédita que nunca había dado a sus 36 salidas anteriores fuera de Italia. Una definición que marca lo importante de la visita que iniciará mañana a Canadá y por la que el Papa argentino cruzará de Este a Oeste -y viceversa- el segundo país más grande del mundo, llegará casi al Círculo Polar Ártico y visitará tres ciudades distantes miles de kilómetros entre si. Todo esto, mientras la recuperación por los dolores en su rodilla derecha aún no está terminada y lo obligará -con seguridad- a usar no solo una silla de ruedas para desplazarse sino también para la conferencia de prensa que dará en el vuelo de regreso.
A cinco meses de cumplir 86 años, el papa Francisco iniciará mañana una gira para su «indignación y vergüenza» a los pueblos indígenas locales por los abusos sufridos en los internados católicos para niños y jóvenes entre fines del siglo XIX y la década de 1960, durante la que pronunciará nueve discursos, todos en español, y que promete ir directo a uno de los grandes momentos de su pontificado.
La llegada del Papa al país norteamericano para pedir perdón a las familias de las víctimas y a sobrevivientes, que tendrá por lema «Caminando juntos», había sido uno de los 94 pedidos explícitos que reclamó en 2015 la Comisión para la Verdad y la Reconciliación que, con participación de representantes indígenas, instituyó el Gobierno canadiense para documentar la historia de sufrimientos en los internados cristianos de niños nativos First Nations, Métis e Inuit. Sí, el Papa va porque su presencia es uno de los puntos para ayudar a sanar las heridas del país. Un gesto de dimensiones históricas.
A lo largo de más de un siglo, cerca de 150.000 niños canadienses pasaron por los 139 internados desplegados en todo el país, de los que unos 50 fueron gestionados por instituciones cristianas, y sufrieron abusos de todo tipo, incluida la muerte de al menos 4.000 residentes de las escuelas con las que el Estado buscaba occidentalizar sus costumbres.