En el territorio de Kalehe, una región de colinas fértiles, salpicadas de aldeas, en el este de la República Democrática del Congo (RDC), los disparos dejaron de escucharse en 2021. El silencio llegó después de más de dos décadas de guerras, pero la desnutrición y la malaria han sustituido a las balas como los principales problemas.
Mientras que los combates de los grupos armados suelen durar unos pocos minutos, sus efectos colaterales sacuden a los ciudadanos muchos meses después de los últimos tiros. Esas batallas han dejado un territorio devastado, con pocos hospitales y sin carreteras, pues la única manera de llegar a estos pueblos es a través de caminos de tierra escarpados que no son más que brechas delgadas entre la vegetación.
Este es el escenario que ha encontrado Akima Kasereka, una campesina de 25 años que regresó a su pueblo natal el pasado mes de enero, después de refugiarse en un asentamiento para desplazados internos durante cerca de tres años. “Tuve que abandonar mi casa porque la gente estaba muriendo”, dice esta joven a la agencia Efe. “Tampoco podíamos trabajar en nuestros huertos porque era demasiado peligroso, así que no podíamos alimentar a los niños. En Bulambika, donde encontramos un refugio, había muchísimas personas de otros lugares”.
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