Marcos 11,1-10 — Isaías 50,4-7 — Filipenses 2,6-11 — Marcos 14,1 – 15,47
Tengo cada año la impresión de que algo no cuadra en nuestra celebración del «domingo de Ramos». Nos identificamos con los discípulos que cantaban “¡Viva! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega!”. Pero nos cuesta hacerlo cuando, una vez detenido Jesús, esos mismos discípulos “lo abandonaron y huyeron todos”.
Reescribir constantemente la historia subrayando únicamente lo que nos parece “positivo”, es algo muy común entre los humanos. Escuchando a mis compatriotas dar sus versiones tan divergentes de la última guerra civil española, se diría que no hablan de la misma guerra. Sucede algo parecido en Francia, Polonia e Italia cuando se trata de la colaboración de sus ciudadanos con la política de Hitler. Georges Orwell tenía razón en “1984” cuando explica que reescribir la Historia cuando el país cambia de aliados es la principal tarea del «Ministerio de la verdad».
En cierta medida, ya observamos esa actitud en la primera comunidad cristiana. Lucas idealizó nuestra historia al escribir que los primeros cristianos estaban tan unidos “que lo poseían todo en común”. Al menos Lucas fue honesto, y por ello escribió un poco más adelante que “los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea” por la ayuda que se daba a las viudas. Y también hoy, se diría que cuando el cardenal Sarah y el papa Francisco hablan del Vaticano II, no hablan del mismo concilio, están reescribiéndolo. No es pues extraño que también nosotros nos identifiquemos con los discípulos cuando entran con Jesús en Jerusalén, y los olvidemos cuando lo abandonan y huyen.
Texto completo: Domingo de Ramos y de la Pasión B-Echeverría