El cardenal Cristóbal López Romero espera que la presencia del papa en los encuentros despierte muchas conciencias
| Delphine Allaire – Enviada a Marsella
(Vatican News).- El profundo deseo de construir la paz en el Mediterráneo anima a los 70 obispos de todas las orillas de este mar, que llegaron a Marsella el pasado miércoles, dos días antes de la llegada del Papa Francisco, mañana 22 de septiembre, continuando el trabajo iniciado en las reuniones anteriores de Bari en 2020 y Florencia en 2022. Entre ellos, el cardenal Cristóbal López Romero, arzobispo de la capital marroquí, Rabat, que ha presidido hoy la misa de apertura de los obispos en la iglesia La Major de Marsella.
El Cardenal Secretario de Estado explicó a los medios de comunicación vaticanos el significado del viaje del Papa a Marsella al término de los «Rencontres Méditerranéennes». Como Arzobispo de Rabat y Presidente de Cerna, la Conferencia de Obispos Norteafricanos, ¿qué opina de los Encuentros Mediterráneos de Marsella?
-Hace ocho años, los obispos de Cerna dirigimos a nuestros fieles una carta pastoral titulada «Servidores de la esperanza». En efecto, estos Encuentros pueden ser una fuente de esperanza. Los encuentros de Bari, Florencia y ahora Marsella ya nos han ayudado a comprender que todos pertenecemos al Mediterráneo, a pesar de nuestras diferencias. Esto nos invita a hacer del Mediterráneo no una frontera de paz, sino una paz sin fronteras. El primer fruto de estos encuentros debe ser, pues, establecer la paz y crecer en la unidad.
-¿Qué pretende compartir con los demás obispos reunidos en estos encuentros? ¿Cuál es su principal preocupación?
-En primer lugar, debemos ser conscientes de nuestra unidad. Lo que nos une es más importante que lo que nos separa. Es lógico, porque todos somos obispos, compartimos la misma fe en Cristo, que nos impulsa. Desde esta unidad, debemos contribuir a la paz y a la unidad en el Mediterráneo. Hay demasiados escenarios de conflicto y tensión en esta región, basta pensar en los Balcanes, Croacia y Serbia, Marruecos y Argelia, Grecia y Turquía, Israel y Palestina, por no hablar de Siria, Irak o Ucrania y Rusia, que forman parte del Mar Negro y, por tanto, del Mediterráneo.
Debemos considerar que todos somos pueblos hermanos que trabajamos por el bien común, pero no el bien común nacionalista sino el universal. ¿Y por qué no una comunidad mediterránea? ¿Por qué no una cooperación más estrecha entre las orillas septentrional y meridional y un apoyo a las orillas oriental y de Oriente Medio? Creo que paz y unidad son palabras clave en nuestros encuentros mediterráneos.
-¿Cómo ve la emergencia migratoria, cada día más acuciante? De Túnez a Italia, de Marruecos a España, la cuestión es compleja. ¿Qué puede hacer la Iglesia?
-Estamos trabajando mucho en este tema. El domingo es el Día Mundial del Migrante y del Refugiado y el lema de este año es «Libres para emigrar, libres para quedarse». Emigrar es un derecho humano, pero antes de este derecho a emigrar, todo el mundo tiene también derecho a permanecer donde ha nacido y donde ha desarrollado su vida. La Iglesia, en colaboración con los gobiernos y la sociedad civil, ayuda a las personas a tomar conciencia de estos derechos, pero también a luchar para poder ejercerlos. Los derechos no caen del cielo, hay que conquistarlos. Son el resultado del esfuerzo personal y comunitario.
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