Isaías 61, 1-2a. 10-11; 1 Tesalonicenses 5, 16-24; Juan 1,6-8. 19-28
El domingo pasado vimos a Juan el Bautista tal como nos lo presentaba el evangelio de Marcos. Hoy podemos contemplarlo con la ayuda del Evangelio según Juan. Pero, antes de hacerlo, permitidme una observación muy personal. Quienes organizaron la liturgia nos ofrecen hoy un texto que comienza con los versículos 6 a 8 del primer capítulo del Evangelio, a los que siguen los versículos 19 a 28 del mismo capítulo. ¿Habría aceptado el evangelista Juan este arreglo que suprime los magníficos versos (9 a 18) que hablan de la Palabra como Luz? ¿Pensaron los «expertos» en liturgia que eran más inteligentes que los evangelistas? ¿O tal vez sintieron que los laicos no estaban lo suficientemente formados y que tenían que simplificar su labor suprimiendo aquí y allá?
Es cierto que los versículos 19 a 28, la segunda parte del texto de este domingo, sólo tienen sentido si se tiene en cuenta los versículos 6 a 8. Pero, de manera semejante, uno no puede apreciar plenamente la respuesta de Juan a los enviados de Jerusalén en el versículo 26 del texto de hoy, “Yo bautizo con agua; pero en medio de vosotros hay uno que no conocéis…”, sin haber leído el resto del capítulo (¡que no está en el texto de este domingo!), especialmente las siguientes palabras del testimonio de Juan: “He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ––Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.” (Juan 1, 32-33). Juan bautizó con agua, pero Jesús bautiza con el Espíritu Santo que lo habita. Esto es precisamente de lo que quería compartir: de la comunión íntima de Jesús con nosotros porque comparte su Espíritu, o, utilizando las palabras de Juan el Bautista, porque nos bautiza con Espíritu Santo.
Texto completo: 3erAdviento-B-Echeverría