Isaías 2,1-5 — Romanos 13,11-14ª — Mateo 24,37-44
Verdad de Perogrullo, si no hubiera habido una primera Navidad, tampoco habría hoy Adviento. Es decir que nuestro tiempo de Adviento, preparándola, celebra ya la Navidad. Lo cual da un significado especial a los textos bíblicos de este domingo, en particular al texto apocalíptico, que nos ha transmitido el Evangelio según Mateo. “Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”. La iniciativa de Dios no sólo nos sorprendió hace dos milenios, sino que sigue sorprendiéndonos cada día y nos sorprende siempre.
Dicho esto, ¿cómo me cuestionan los textos de este domingo? ¿Hacia dónde me llevan? ¿Cómo estar » preparado «? ¿Estoy “preparado” para dejarme sorprender por Dios? O por el contrario ¿le pido a Dios que se adapte a nosotros, a nuestras tradiciones culturales y religiosas, a nuestras leyes y reglamentos? Y aunque Dios siempre nos sorprenda, ¿no habrá en sus intervenciones algún punto común, alguna manera habitual de proceder?
Como miembro de una iglesia que, al menos en su organización, todavía arrastra una mentalidad de cristiandad, y como misionero procedente del Norte “desarrollado” que ha trabajado en países del sur, siempre me sorprende y llama la atención el contexto pobre y austero que ha acompañado a los momentos más fértiles de nuestra historia Judeo-cristiana. ¿Cuántos eran en el tiempo de San Pablo esos seguidores de Jesús que las autoridades romanas aún no distinguían de los judíos? ¿Cuál fue en tiempos del profeta Isaías el peso político de Judá, o de Israel, su hermano reino en el norte, atrapadas entre la Asiria del gran Teglat Phalashar III y el Egipto de los faraones Tebanos? Y sin embargo el espíritu de Jesús hizo que Pablo invitara al pequeño grupo de cristianos romanos a espabilarse y a pertrecharse con las armas de la luz. Y Dios inspiró a Isaías para que se atreviera a soñar con un futuro en el que no alzarían la espada pueblo contra pueblo, y en el que los herreros harían de las espadas arados, y de las lanzas podaderas…
¿Atónito y sorprendido por nuestra historia judeocristiana? No debería estarlo puesto que el Adviento nos prepara para celebrar a un Jesús que desde su nacimiento se ha encontrado entre los pobres y los sintecho. En realidad, más que sorprendido me siento incómodo. Porque si Dios tiene esa inquietante costumbre de actuar y de revelarse a sí mismo a menudo en la pobreza y entre los menesterosos, ahí es donde yo debiera estar, preparado para dejarme sorprender. “Estad también vosotros preparados”. Un general de los jesuitas, el padre Arrupe, de quien el papa actual es gran admirador, aconsejaba a los jesuitas que vivieran entre los pobres, al menos durante un tiempo. “No seréis pobres”, les decía para que no “jugaran a ser pobres”. “Pero algo os sucederá, Dios os encontrará y algo cambiará”. Hablaba de experiencia, puesto que había conocido la cárcel en Japón durante la Segunda Guerra Mundial, y había trabajado más tarde con los pobres en Nueva York.
Siempre nos sorprenderá Dios. Pero tenemos que estar preparados para dejarnos sorprender en el lugar y entre las gentes donde Dios tiene la costumbre de revelarse: los pobres, las periferias, los extranjeros que conviven con nosotros… Eso es a lo que este tiempo de Adviento nos invita. De lo contrario el auténtico Jesús estará ausente de nuestra noche de Navidad. Sin duda gozaremos con los festejos que todos necesitamos para poder salir de lo cotidiano durante algunas horas. Pero nuestro “jesús” habrá sido un “jesús” artificial, producto de nuestra imaginación, ídolo al servicio de nuestra sociedad de consumo.
Y por eso, durante este tiempo de Adviento que comienza hoy tendremos que orar diciendo: «Señor, ayúdanos a estar preparados, para que podamos recibirte cuando nos sorprenda tu venida”.