| Francisca Abad Martín
Es una de las santas más conocidas a lo largo de la historia cristiana. Desde muy antiguo era ya mencionada en el Canon de la Misa, y en el rezo de “Las Horas” con estas indicadoras palabras: “El culto de Santa Cecilia, bajo cuyo nombre fue construida en Roma una basílica en el siglo V, se difundió ampliamente a causa del relato de su martirio, en el que es ensalzada como ejemplo perfectísimo de la mujer cristiana, que abrazó la virginidad y sufrió el martirio por amor a Cristo”.
Acerca de la fecha de su nacimiento y de su martirio hay mucha disparidad de opiniones. Las fechas oscilan entre el 180 y el 230. Conocemos algo de la historia de Santa Cecilia gracias a la aparición, a mediados del siglo V, de unos textos llamados “Actas del martirio de Santa Cecilia”, textos anónimos, escritos en latín y traducidos luego al griego. En ellos se dice que era una joven romana, convertida al cristianismo y que sus padres la casaron con Valeriano, un noble que era pagano, al que en la misma noche de bodas la joven le hace saber que se había entregado a Dios y que su virginidad estaba custodiada por un ángel. El marido, por si acaso, no osó tocarla y muerto de curiosidad quiso ver al ángel, pero Cecilia le dijo que solo lo podría ver cuando se hiciera cristiano y se bautizara.
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Reflexión desde el contexto actual: Cecilia, mujer intrépida, nos sorprende por su arrojo y valor. Como todos los mártires, llegado el momento supo dar el más auténtico testimonio de amor y amistad que pueda darse: “Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos”. A la mayoría de quienes somos cristianos no se nos ha exigido tanto y lo poco que se nos ha pedido lo hemos dado a regañadientes, si es que acabamos dándolo. Urge una reconversión para estar preparados por si acaso tuviéramos que hacer frente a alguna forma de martirio, aunque éste fuera de forma incruenta. Nunca se sabe.
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