| Francisca Abad Martín
“Flor del Carmelo, viña florida, esplendor del Cielo, Virgen fecunda ¡Oh
Madre dulce! intacta de hombre, a todos tus devotos concede favores, estrella del mar!
Ya en el Antiguo Testamento, en el libro de Isaías, se menciona el Monte Carmelo como “ha´karmel” (lugar del jardín). Bien distinto del de Judea, el monte Carmelo de Galilea junto al mediterráneo es bello y feraz, donde comienza a tejerse la historia mariana que arranca del profeta Elías, padre espiritual del Carmelo. En sus cuevas se han encontrado restos prehistóricos. Era un monte preferido por los cananeos para sacrificar a su dios Baal. La estancia del profeta Elías allí, en una cueva, ha dado fama a este monte. El pueblo de Israel había pecado y Dios manda al profeta para castigarle. En defensa del monoteísmo retó a los sacerdotes de Baal. Con su oración hizo que no lloviera en tres años y medio. Arrepentidos, los israelitas piden perdón a Yahvé. Elías vuelve a rezar insistentemente, hasta que aparece en el horizonte una nubecilla que habría de traer lluvia en abundancia, bendita nubecilla en la que muchos han podido ver la prefiguración de la Intercesora Universal y Señora Nuestra.
Es después, en la Edad Media, cuando un grupo de ermitaños, inspirados por la devoción al profeta Elías, decidieron retirarse al Monte Carmelo y habitar una serie de cuevas. A partir del Concilio de Calcedonia, los ermitaños del Monte Carmelo levantaron allí una capilla, a donde iba la gente en peregrinación durante los siglos XII y XIII. En las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en el siglo pasado, se descubrieron los cimientos de una pequeña capilla y junto a ella una pared de 2 m. y medio, que parece haber pertenecido a un primitivo monasterio de San Brocardo, superior de los eremitas que estuvieron allí.
Poco después de aprobarse la Regla de la Orden Carmelitana por Horacio III en 1226, vinieron los Carmelitas a Occidente. Se llamaban “Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo”. Pronto comenzó una persecución contra ellos y el Superior General de la Orden, San Simón Stock, oró a la Santísima Virgen y según la tradición, se le apareció la imagen de la Virgen del Carmen y le entregó sus hábitos y el escapulario, principal signo del culto mariano carmelita. Según esta tradición, la Virgen prometió liberar del Purgatorio a todas las almas que hayan vestido el escapulario durante su vida y el sábado siguiente a su muerte llevarlas al Cielo. Esta veneración recibió el reconocimiento papal en 1587 y ha sido respaldada por los pontífices posteriores.
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