por Maria Eugenia Aguado | Ago 17, 2023
Un hombre encontró por el camino un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos. Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los demás, pues pensaba que era un pollo. Escarbaba en la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos?
Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó muy por encima de ella, en el límpido cielo, una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente entre las corrientes de aire, moviendo sus poderosas alas doradas. La vieja águila miraba asombrada hacia arriba.
- ¿Qué es esto?-preguntó a una gallina que estaba junto a ella.
- Es el águila, la reina de las aves -respondió la gallina-, pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes de ella.
De manera que el águila nunca más volvió a pensar en ello. Murió creyendo que era una simple gallina de corral.
Cuento “El águila real”, de Anthony de Mello.
¿Cuáles creéis que son las dos preguntas que nos sugiere este cuento? Desde mi punto de vista las preguntas son dos que se multiplican:
En otras palabras: ¿Soy hija de Dios? ¿Soy de Dios? ¿Es Él mi fuente de seguridad, autoestima y sabiduría? ¿Elijo a Dios como fuente de adoración o adoro algo o a alguien que no es Dios? ¿Deposito mi confianza en Dios o pongo mi seguridad y mi autoestima en mis capacidades, mi posición, mi desempeño o mis posesiones? ¿Para quién vivo? ¿De quién es la alabanza que busco? ¿De los demás o de Dios?
En otras palabras: ¿Cuál es el sentido de mi vida, mi para qué? ¿Está mi vida alineada con quien quiero ser o quien estoy llamada a ser?
“Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5, 14-16)
Este es el mensaje que me viene a la mente, recordando un poco la recién finalizada JMJ. Más allá de nuestras circunstancias y limitaciones, que muchas veces son un medio y no un obstáculo, los cristianos estamos llamados a encarnar los valores del Evangelio y a ser instrumentos de Su ternura, de Su cercanía, de Su compasión, de Su perdón, de Su paz… de Su amor en definitiva. Y podemos hacerlo si vivimos en radical dependencia de Su gracia.