

27/11/2020
Durante las últimas semanas, Estados Unidos ha estado ardiendo. Las protestas políticas se extendieron rápidamente por todo el país después de que la policía de Minneapolis matara a George Floyd, un afroamericano desarmado. A partir de ese momento, por todas partes las imágenes de ventanas rotas, automóviles en llamas y palizas policiales inundaron las noticias y redes sociales. El presidente Donald Trump reaccionó pidiendo «justicia» para la familia Floyd y «ley y orden» para los activistas [1].
El que se acepte o no esta historia depende en gran medida de cómo se defina el término «violencia». Los comentarios de Trump sitúan la violencia directamente en los actos de malhechores de ambos lados, manifestantes y policías, que pueden ser fácilmente identificados y castigados. La solución parece bastante sencilla. Los estudiosos de la violencia podrían argumentar que es un análisis demasiado simple.
«La violencia nunca puede entenderse en términos de sus características físicas únicamente: fuerza, agresión o provocación de dolor», escriben Nancy Scheper-Hughes y Philippe Bourgois [2], dos estudiosos de la materia. Argumentan que la protesta rebelde y la brutalidad policial no son actuaciones independientes, sino puntos sucesivos en un «continuo de violencia» que también incluye «ataques a la personalidad, dignidad, sentido de valor o autoestima de la víctima». Al considerar la violencia como un proceso continuo se contemplan una serie de fuerzas interrelacionadas, que van desde el asesinato, al racismo y la pobreza, las cuales conspiran juntas como formas comunes de coacción y abuso para limitar las vidas, la condición social, el movimiento y las oportunidades de las víctimas.
Para seguir leyendo: https://umoya.org/2020/11/27/violencia-policial-racismo-minneapolis-ciudad-cabo-sudafrica/