Tomar la vida no como una maldición, ni como una sucesión de descontentos o una carrera de frustraciones y desengaños; no como una fatalidad impuesta o la triste evidencia de una impotencia paralizadora: ni ingenuidad ni resignación. Una convocatoria libre y abierta a lo imprevisible en un horizonte de dicha, de gozo y de esperanza. Una llamada a lo inalcanzable por nosotros mismos con nuestros medios limitados, provisionales y caducos, siempre insuficientes y que sólo nos conducen a las puertas de lo esperado y ansiado; pues cada meta conseguida, si alguna vez la logramos de verdad, es una llamada al interrogante de la plenitud inalcanzable y del cumplimiento imposible de promesas adivinadas y de impulsos profundos, situados más allá de nuestras capacidades y deseos…
Vivir con intensidad, desde la plena consciencia del enigma de nuestra propia identidad, y constatando la realidad de lo que somos, del universo en el que estamos insertos, y del inevitable carácter profético y anticipativo de nuestras decisiones más íntimas, comprometidas y lúcidas, si es que llegamos a ser capaces de tenerlas… Una historia, la nuestra, la de nuestro entorno más querido e imprescindible, y la del propio cosmos en que buceamos, abierta al infinito e insaciable en proponernos desafíos y provocarnos a lo inconmensurable y eterno…
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