El nuevo presidente de Senegal, Bassirou Diomaye Faye, prometió durante su juramento un cambio estructural en la gobernanza del país. Faye plantea en su mandato un alejamiento de la injerencia francesa, incluida una revaluación de los acuerdos económicos y comerciales sobre gas y petróleo, la lucha contra la corrupción en las instituciones y una apuesta por los intereses económicos nacionales. Sin duda alguna, una política radicalmente opuesta a la mantenida por los presidentes anteriores en las últimas décadas.
El 24 de marzo ganó la oposición en Senegal en unas elecciones que estuvieron marcadas por varios acontecimientos en cadena. En primer lugar, los candidatos: ni el presidente en vigor Macky Sall ni el líder de la oposición Ousmane Sonko concurrieron a las elecciones, el primero por no aprobarse la reforma de la constitución sobre la limitación de mandatos, y el segundo, al estar acusado de cargos de corrupción. En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, las elecciones generaron una ola de protestas que duraron meses y provocaron, según los grupos de defensa de derechos humanos, que decenas de personas fueran asesinadas y otras mil encarceladas. El detonante fue que Sonko fuera enviado a prisión, no se le permitía presentarse a los comicios y Sall quería un tercer mandato. El tercer acontecimiento fue que tanto Sonko como el elegido presidente Faye fueron excarcelados tan solo 11 días antes de las elecciones.
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