07/02/2021
La historia parece repetirse en la República Democrática del Congo, y no es casualidad.
Ludo de Witte relata en su libro L’ascension de Mobutu: Comment la Belgique et les USA ont fabriqué un dictateur [«El ascenso de Mobutu: Cómo Bélgica y los Estados Unidos han fabricado un dictador», en castellano], cómo Moise Tshombe descubre con sorpresa y consternación que sus «amos», que habían ido a buscarlo a Madrid mientras disfrutaba de su exilio dorado, nunca habían tenido estima por su pobre negro de servicio.
De hecho, «Tshombe era visto como la fachada política detrás de la cual los belgas y los estadounidenses habían aplastado los levantamientos populares. Esta lucha contra la revuelta quemó la carrera política de Tshombe y él lo sabía. A mediados de 1965, cuando las maniobras secretas contra el primer ministro congoleño ya estaban en marcha, Mario Spandre, su asesor, le dijo al embajador belga que Tshombe se sentía «engañado». Le habíamos hecho hacer el trabajo sucio, […] pero en cuanto la situación se aclaró… Intentamos deshacernos de él» (De Witte, 2017: 192-193).
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