Aunque son muchas las palabras y conceptos cuyo uso y abuso en su utilización acaba por desgastar y banalizar su sentido, desvirtuando el verdadero alcance de su significado más profundo, no puede negarse que “santidad” y sobre todo “santo/a” es una de ellas. Si es cierto que no ha llegado a vaciarse por completo de su contenido, se ha vulgarizado de tal manera que es difícil rescatarla de la superficialidad en la que se la ha instalado.
Tal vez podemos intentar recuperar su verdadero significado para el cristiano, especialmente cuando celebramos la festividad de “Todos los Santos”, y su inevitable unidad con la de los “Fieles Difuntos”, si la consideramos con una referencia sencilla y bien conocida a ese himno que repetimos los cristianos cada domingo y cada “Fiesta”: el Gloria, donde afirmamos “…porque sólo Tú eres santo, sólo Tú, Señor,…”; y, a la vez, a las célebres palabras del Levítico, actualizadas y encarnadas por Jesús (…“Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.” -Mt 5,48-), y que ya muchos siglos antes convocaban a los creyentes israelitas: “Sed santos porque yo, Yahvé, vuestro Dios, soy santo” (Lev 19,3)
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