Cuando la fe se dibuja como horizonte: el triunfo de la Vida
Y ahí estaban, todavía expectantes en aquella mañana de domingo, esa enorme legión de desahuciados y desesperanzados, al pie del sepulcro, esperando que alguien les corriera la piedra para ver qué había detrás… para ver si encontraban respuestas a todas sus preguntas (últimas). Pero, cuando la tumba se abrió, no vieron nada. No encontraron a nadie. Sólo se escuchó como un rumor de ángeles que decía: “No está aquí…vayan a Galilea. Allí lo encontrarán” (cf. Mt 28,1ss; Mc 16,1ss; Lc 24,1ss).
Y este fue el mensaje que, gratuitamente, ese grupo de marginales -como en otro tiempo los pastores en Belén- nos compartió y dejó como testamento para el cristianismo futuro: para encontrarse con el Resucitado hay que desplazarse hacia los márgenes de la historia, esto es, a los lugares de fractura, a los espacios de no-vida. Porque Galilea -afirman los exegetas- amén de ser el lugar geográfico donde el Jesús terreno desarrolló su ministerio (y esa región era considerada marginal por “contaminada” en la Palestina de entonces), es un lugar teologal que alude a la praxis vital de Jesús. Ir a Galilea, por tanto, significa volver la mirada al Jesús histórico. Recuperar su historia concreta para, reeditándola, volver a hacerlo presente en el Espíritu.
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