Autor: Jesús Romero Cote
En 2018, el informe “Restituyendo el patrimonio africano: hacia una nueva ética relacional” elaborado por Felwine Sarr y Bénédicte Savoy a petición del gobierno de Francia, puso cifras a una realidad: el patrimonio cultural africano se encuentra en su mayoría fuera de África. En el Museo Real de África Central de Bélgica hay 180.00 piezas de origen africano, el Foro Humboldt en Berlín ostenta unas 75.000, mientras que en el Museo Británico de Londres y en el Quai Branly de París la cifra ronda los 70.000 ejemplares. Y estos son apenas una muestra del total.
Desde hace décadas, los Estados y la sociedad civil africana junto a Naciones Unidas a través de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura –UNESCO– han pedido la restitución y devolución de estos objetos. Aunque los resultados son limitados, el trabajo de Sarr y Savoy abrió una nueva fase en el debate acerca de la restitución de patrimonio, animando a algunos actores a reconsiderar sus posturas, pero encontrando también la oposición de otros.
Las demandas de restitución del patrimonio cultural comenzaron a mediados del siglo XX coincidiendo con la independencia de los países africanos. En sus solicitudes, los Estados africanos encontraron el respaldo de Naciones Unidas: ya en 1978 el entonces el director general de UNESCO, Amadou-Mahtar M’Bow, llamaba a la restitución de obras, considerando este acto como un medio para que los pueblos recuperasen “parte de su memoria y su identidad”.
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