José Ramón Ubieto Pardo, UOC – Universitat Oberta de Catalunya/25 agosto 2022 19:21 CEST
Charlie y Olatz narraron el curso de su cáncer hasta el último momento, un acto que desmonta el ideal de mostrar vidas idílicas a través de las redes sociales.
Las redes sociales tienen varios beneficios para sus usuarios. Por una parte, les proporcionan la ocasión de definir su identidad: política, sexual, cultural, emocional… y hacerla visible. Mediante esa visibilización consiguen una inscripción digital: se dan a ver y existen en esa realidad virtual de la misma manera que todos nos inscribimos en el patrón de nuestro pueblo o ciudad para que quede constancia de nuestra identidad y de nuestra existencia.
Por otra parte, y ligado a lo anterior, las redes les dan la oportunidad de pertenecer a una comunidad de internautas con la que comparten esa identidad. Pero además, la conexión a internet requiere del cuerpo físico –más allá de las imágenes o la palabra– y eso produce por sí mismo una satisfacción.
Para Sigmund Freud, el cuerpo es un lugar de goce pulsional, en el sentido de que no solo miramos y buscamos esa inscripción en la comunidad, sino que el hecho mismo de mirar, escuchar o exhibirnos ya implica –en su hacer mismo– una satisfacción que tiene su sede en el cuerpo.
Dentro de esas modalidades de inscripción en las redes sociales, hay, desde hace algún tiempo, una nueva: hacerlo dando un testimonio sobre alguna desgracia que nos ha sucedido y nos convierte en víctimas. Puede ser una agresión, un accidente, una enfermedad, un despido, un abuso administrativo… De esta manera, esperamos que el infortunio tenga algún tipo de reconocimiento simbólico que nos sirva como indemnización y como distintivo para nuestra inscripción en la comunidad virtual.
Ese reconocimiento buscado persigue, en primer lugar, el apoyoante una situación de pérdida, apoyo para compartir el dolor y, en algunos casos, para aliviarlo materialmente (mediante donaciones). Pero, también, la exposición pública de ese dolor, como puede ser la evolución de un cáncer que finaliza con la muerte del usuario, va definiendo la identidad del narrador, modificada tras el diagnóstico de la enfermedad.
Es el caso del joven alicantino de 20 años Carlos Sarriá, más conocido como Charlie, que falleció hace unos días a causa de un cáncer. Con 3,2 millones de seguidores en TikTok, fue narrando día a día el curso de su enfermedad hasta su despedida, que sumó más de 20 millones de reproducciones.
Contar su experiencia se convirtió en una misión con pretensiones educativas: “Decidí exponerme para combatir la desinformación y los bulos que hay en torno a la muerte”. Fue una manera creativa de hacer frente a ese real traumático que tenía un final anunciado.