| Marcelo Barros.
La tentación no significa una prueba que hay que superar. No es como una prueba en la que se elige entre el bien y el mal. La tentación significa una elección que debe hacerse entre dos o varios caminos alternativos en un proyecto de vida. Jesús siempre tuvo que elegir. Cada opción tenía sus ventajas y sus límites. Cada elección podría incluso ser considerada como agradable a Dios. Desde esta perspectiva os invito a leer el evangelio del primer domingo de Cuaresma del año C: Lucas 4,1-13.
Según los evangelios, cuando Jesús se hizo adulto se convirtió en discípulo del profeta Juan el Bautista. Como profeta, aceptó ser sumergido (bautizado) en el mismo cruce del río que en su día había sido la frontera que hizo posible que el pueblo hebreo, en nombre de Dios, tomara posesión de la tierra. En su bautismo, a través de las palabras de un verso del Salmo 2, Jesús recibe la confirmación de Dios mismo: «Tú eres mi Hijo». El evangelio de Lucas desarrolla entonces esta genealogía que muestra cómo Jesús, el nuevo Adán, es como humano, hijo de Dios. Sólo Jesús tuvo que discernir cómo vivir en el mundo esta misión de ser hijo de Dios. Al igual que el pueblo antiguo, al atravesar las aguas para conquistar la libertad y la tierra, necesita atravesar el desierto, donde en la soledad, tiene que decidir sobre las opciones a tomar en el cumplimiento de su misión como profeta.
En los años 80, los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, cuentan cómo Jesús tomó las decisiones fundamentales sobre cómo cumpliría su misión al atravesar el desierto. En la tradición de los profetas, ir al desierto significaba retomar el proyecto y el viaje del Éxodo, cuando Dios sacó al pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto hacia la tierra de la libertad. Mateo nos dice que Jesús revivió las dificultades de los antiguos hebreos y utilizó la Palabra de Dios para superar estas provocaciones. Las comunidades a las que escribe el evangelio de Lucas pertenecen a un mundo menos familiarizado con la Biblia judía. Por eso el Evangelio insiste en que las tentaciones de Jesús son las mismas que las de toda la humanidad y las opciones que hay que tomar son las que nos hacen más humanos y más solidarios. Para este evangelio, al volver del Jordán, es decir, del bautismo, es el propio Espíritu quien conduce a Jesús al desierto. En el relato poético de este evangelio, el que divide (el divisor – en griego: el diablo) siempre comienza la tentación diciéndole a Jesús: Si realmente eres el hijo de Dios…
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