La experiencia fundamental de Jesús tiene su origen en Dios Padre, que es amor. Dios es amor, (1Jn 4,8).
Nos hará bien quedarnos en esta vivencia. Es bueno que nos dejemos embargar del amor de Dios. Dios nos ama. Dios es solamente amor. Cuando tengamos experiencia de sentirnos queridos por Dios, que nos ama, podremos también nosotros amar.
Hemos recibido una tradición religiosa muy poco cristiana, porque el amor quedaba desplazado y apenas estaba presente. El pecado, la culpabilidad, la angustia, el infierno y la condenación impregnaban todo el “tejido religioso” y hacían mejor carrera que el amor de Dios. Dios era bueno muy escasamente y a duras penas. El Dios en el que hemos sido educados era justiciero, más condenador que salvador.
Con humor decía aquel cura rural que el Dios de la moral católica es muy justo, porque condena a los malos y a los buenos en cuanto se descuidan.
En esto conocerán que sois discípulos míos: en que os amáis unos a otros.
Jesús -la comunidad de Jesús- está allá donde hay un puñado de semilla de amor y bondad: Por eso donde hay amor, Dios no está lejos, allí está Dios. El amor humano es sacramento de Dios, que es amor. El amor humano, el amor matrimonial es signo – sacramento del amor de Dios. Desde la vivencia de Dios como amor, también nosotros amaremos.
Son discípulos de Jesús los padres que se quieren y aman a sus hijos, son cristianos los jóvenes que se aman y cuidan su amor. Es discípulo de Jesús quien recoge a un herido en la carretera como el buen samaritano, quien ayuda a un emigrante o no emigrante que pasa por la vida. Es discípulo de Jesús quien sabe perdonar. Es cristiano quien va buscando y sembrando criterios de paz y de convivencia. Amar significa en ocasiones no airear pecados de otros y, mucho menos, levantar calumnias. Amar y ser cristiano es dar limosna, dejar paso a otras personas e ideas, crear, cultivar la amistad y el amor. Amar es respetar, saber escuchar y dialogar.