«Los presbíteros no pueden seguir siendo formados entre cuatro paredes por una casta»
Se ha hablado de una recepción latinoamericana creativa y selectiva del Vaticano II. En materia de formación del clero debe precisarse que esta recepción ha sido incompleta e involutiva en puntos cruciales. Por cierto, el mismo Concilio no explicitó suficientemente la reforma que impulsó, pues no hizo la armonización teológica de documentos como Lumen gentium, Presbyterorum ordinis y Optatam totius. Cada uno de estos hizo un aporte, pero también arrastró consigo criterios de la formación tridentina y la teología escolástica, hoy completamente inútil.
En los documentos latinoamericanos que pretenden hacer suyos los textos conciliares (Medellín, Puebla y Aparecida, y las ratio nationalis para la formación de los presbíteros), es posible identificar una de las causas del clericalismo del que se quejan los laicos/as del continente.
En la Síntesis narrativa latinoamericana para la Asamblea eclesial, la gente se lamenta: “El clericalismo comienza a formarse desde el ingreso al Seminario de los candidatos al Sacramento del Orden” (117). Es más, la Iglesia latinoamericana y caribeña está muy lejos de entregar al Pueblo de Dios en su conjunto, laicado y ministros, la responsabilidad de la formación de sus presbíteros; al igual que, por razones análogas, todavía es difícil pensar en una rendición de cuentas de los obispos y presbíteros al laicado (accountability); y, para qué decir, en una elección y eventual remoción de parte de la integridad del Pueblo de Dios.
Un asunto central, aunque no suficientemente explicitado por el Concilio, es la importancia que ha de tener la construcción dialéctica de la identidad de los presbíteros (Lumen gentium 10). El Concilio parte de la base de que todos los/as bautizados/as constituyen un pueblo sacerdotal, y que los ministros están al servicio de la actualización de su sacerdocio.