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La red colonial de las plantaciones de aceite de palma – República Democrática del Congo

Sin controles adecuados, inversores bienintencionados de todo el mundo pueden acabar respaldando proyectos muy alejados de sus principios: desde la deforestación de bosques tropicales hasta la explotación laboral, pasando por la optimización fiscal en beneficio de oscuras élites internacionales. Sucede en los bosques de África central, donde un negocio abusivo de palma aceitera desvela los fallos de los bancos de desarrollo europeos que lo apoyaron y ofrece lecciones para la protección de la selva más intacta del planeta.

  • Un negocio centenario de palma aceitera en la RDC expone a la población a toneladas de residuos tóxicos tras comprometerse con bancos de desarrollo europeos a respetar los derechos humanos a cambio de un recorte masivo de su deuda millonaria. Desde hace un año, Plantations et Huileries du Congo (PHC) pertenece a empresas offshore.
  • La Agencia Española de Cooperación al Desarrollo (AECID) ha perdido el dinero que invirtió en la PHC hasta noviembre de 2020. Admite carencias en la supervisión de la inversión y reconoce que no se cumplieron los objetivos.
  • La PHC reincide a pesar de los mecanismos de control de los bancos de desarrollo, propiedad de gobiernos europeos. La opacidad de las instituciones financieras dificulta el seguimiento de las inversiones por parte de legisladores y sociedad civil.

El planeta conserva tres grandes bosques tropicales: Amazonía, sudeste asiático y Cuenca del Congo. Pero el mejor conservado es el tercero. Sus selvas, del tamaño de siete Españas, alimentan ríos en el cielo: flujos colosales de vapor de agua que emanan de las hojas y actúan como un termostato natural, regulando el clima de la región y del mundo. Sin embargo, estas zonas de vital importancia para el clima y la biodiversidad son también las tierras más propicias para la expansión de cultivos como la palma aceitera, que es originaria de África central y occidental.

La mayoría de las tierras aptas para la producción de aceite de palma, conocido como oro naranja, están en la República Democrática del Congo (RDC, 90 millones de habitantes), un país rico con gente pobre, con el río más profundo del mundo, el mayor bosque tropical de África y suelos idóneos para el caucho y el cacao. Posee la mayor producción mundial de cobalto, esencial para las baterías de coches eléctricos y de móviles, y la segunda de diamantes. Y sus riquezas llevan atrayendo a extranjeros desde el siglo XV. Los belgas colonizaron la zona entre 1885 y 1960, llegando a reducir la población congoleña a la mitad. La RDC conquistó su soberanía, pero hoy está entre los países más opacos y corruptos del mundo, según el Índice de Transparencia Internacional. Con 2.345 millones de kilómetros cuadrados, tiene una extensión de más de la mitad de la Unión Europea.

Y allí, en las selvas de África central, a orillas de estas aguas, se encuentra una de las plantaciones de palma aceitera más extensas y más antiguas del continente. En 1911, un vizconde inglés adquirió 750.000 hectáreas en el Congo belga, pasando a controlar un área del tamaño de 50 veces la ciudad de Londres. Quería hacer jabón. William H. Lever fundó así Plantations et Huileries du Congo Belge (PHC) y murió pensando en sus macro cultivos, origen del gigante alimentario Unilever, como un ejemplo de capitalismo moral. Más de cien años después, PHC se congratulaba de haber cuadruplicado los salarios en una década en un publirreportaje titulado Salvación socioeconómica en la RDC.

Para seguir leyendo: https://elpais.com/planeta-futuro/2021-12-03/republica-democratica-del-congo-la-red-colonial-de-las-plantaciones-de-aceite-de-palma.html?sma=newsletter_planeta_futuro20211208&mid=DM92922&bid=844188695


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Manolo Fernández