«Esperanza asentada en la memoria del Crucificado que se actualiza en los crucificados de este mundo»
El triduo pascual tiene su cumbre en el Domingo de resurrección, en el acontecimiento que es percibido y reconocido como “la muerte de la muerte” y, por ello, como el día de la sorpresa, de lo insólito, de lo imprevisto e imprevisible. Y lo es, porque en esta jornada se anticipa el final que nos aguarda y al que estamos convocados, arrojando una luz capaz de agrietar la angustia de los días anteriores y, a la vez, de fundar el abrazo con el Crucificado en los crucificados de este mundo.
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