Marta Guarch-Rubio, Universidad San Jorge/ 19 junio 2023 22:19 CEST
La violencia es una constante en la odisea que viven las personas refugiadas, con el consiguiente daño psicológico. Atenderles en el país de acogida es una obligación moral que, además, facilitará su integración.
Cada 20 de junio se conmemora el Día Mundial de las Personas Refugiadas. De acuerdo con el último informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), en torno a 108,4 millones de personas se encuentran desplazadas forzosamente en todo el planeta, y las cifras aumentan año tras año.
Con frecuencia, la motivación para dejar una vida atrás es escapar de la violencia: las persecuciones por motivos identitarios, las guerras y la violación de derechos humanos se constituyen como los principales factores de daño psicológico que tienen que afrontar los supervivientes.
Ante esta realidad, la Convención de Ginebra establece que la acogida a las personas refugiadas no es una cuestión arbitraria dependiente de los estados, sino un derecho de los individuos para sobrevivir cuando el estado de origen o de residencia no garantiza la integridad de los afectados.
Vale la pena recordar que la migración forzada no consiste en un simple recorrido lineal desde el punto “A” al “B”, sino que implica un proceso circular en el que los afectados atraviesan diferentes fases, exponiéndose con frecuencia al riesgo de sufrir violencia. Esto aumenta la probabilidad de experimentar daño psicológico.