| Bernardo Bátiz V.
(La Jornada).- Francisco, el Papa que fue electo en Roma en marzo de 2013, hace 10 años ya, ha sido un pontífice sui generis, signos y actitudes son diferentes en algunos aspectos de los de sus predecesores, todos formados en las tradiciones y vivencias del viejo continente, el mundo occidental cristiano. Con una antigua solidez y fortaleza que han permitido a la Iglesia católica sortear una y otra vez, para salir avante de innumerables obstáculos que hicieron predecir que sería su fin. Pero siempre, la nave de Pedro salió avante, a pesar de todo. Ha sabido superar otros vientos y otras tempestades, como dice el adagio clásico.
El papa Francisco es latinoamericano; se formó en la arraigada tradición, en el dogma y en la liturgia, pero no puede desprenderse del sello de su país, y su continente; además, se formó en la Compañía de Jesús, es jesuita y, por tanto, aguerrido como son los seguidores de Ignacio de Loyola, interesados marcadamente en la preparación de jóvenes y en la educación en todos sus niveles. En América Latina han estado presentes en la historia y no pocas veces en primera fila; frecuentemente empeñados en defender y organizar a los pueblos originarios frente a los abusos de los poderosos.
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