Julio 18, 2023
Artículo redactado por Lucía Bautista Pérez.
Lo que Chimamanda Ngozi Adichie llama “The danger of a single story” (El peligro de una sola historia), refleja que la escasez de fuentes de información sobre una persona o un lugar termina creando una idea errónea e incompleta sobre ellos. Apunta también la novelista nigeriana que el número de relatos que recibimos depende, en buena parte, del poder económico y político de esa persona o lugar. Esto es aplicable a cualquier aspecto de nuestra vida, pero en mi caso se trata de algo que marcó de forma singular mi primer voluntariado en África.
A su vez, yo he recibido una única historia de África; eso sí, solo temporalmente: mi intención es regresar allí y aprender y aprehender cuanto pueda. La historia de una misión en Temeke, un “slam” de Dar es Salaam, en Tanzania. La historia de sus alumnos, de sus trabajadores. Una historia de sueños e ilusiones, pero también de limitaciones.
Para mí fue un choque cultural fuerte, pero silencioso. Obviamente, hay ciertos aspectos que llaman la atención desde el inicio: la vestimenta, la religión, la lengua, etc., pero no es eso lo que a una le golpea por dentro. Para poner en contexto, lo que hoy conocemos como Tanzania –Tanganica en origen– es un país que ha sido de dominio árabe, colonia alemana, que pasó a manos de Gran Bretaña tras la Primera Guerra Mundial y obtuvo su independencia en 1961 con el político Julius Kambarage Nyerere –apodado el Mwalimu, maestro de escuela–, responsable de que en 1964 Tanganica y Zanzíbar se unificaran para formar la República Unida de Tanzania. Su lengua nacional es el kiswahili, un lenguaje muy de “moda” en África oriental, usado también en países como Kenia o en Uganda. Pero, por el paso de los ingleses, el inglés es considerado también lengua nacional y muy buena parte de la población lo domina.
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