«No se trata de proselitismo, sino de testimonio; no es moralismo que juzga, sino misericordia que abraza»
Tras estrechar lazos con el Patriarca Crisóstomo II, uno de los objetivos de su visita a Chipre y Grecia, el Papa Francisco alienta, en una misa en el estadio de Nicosia, al pequeño rebaño católico chipriota. En la homilía, Francisco explica los tres pasos para acoger como se merece al Señor que vien en adviento: Ir a Jesús para sanar, llevar las heridas juntos y anunciar el Evangelio con alegría.
Según el Papa, «ir a Jesús para sanar» significa no encerrarse «en la oscuridad de la melancolía, que reseca las fuentes de la alegría, o voy al encuentro de Jesús y le ofrezco mi vida». En segundo lugar, «llevar las heridas juntos», es decir «actuar como un ‘nosotros’, saliendo del individualismo». Y, en tercer lugar, vivir la alegría del Evangelio, para evitar que el tentador nos pueda «arrojar en el desánimo y en la amargura». Porque «se necesitan cristianos iluminados, pero sobre todo luminosos, que lleven caricias a las soledades del sufrimiento y de la pobreza».
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El segundo paso es llevar las heridas juntos. En este relato evangélico no se cura a un solo ciego, como por ejemplo, en el caso de Bartimeo (cf. Mc 10,46-52) o del ciego de nacimiento (cf. Jn 9,1-41). Aquí los ciegos son dos. Se encuentran juntos en el camino. Juntos comparten el dolor por su condición, juntos desean una luz que pueda hacer brillar un resplandor en el corazón de sus noches. El texto que hemos escuchado está siempre en plural, porque los dos hacen todo juntos: ambos siguen a Jesús, ambos, dirigiéndose a Él, le piden la curación a gritos; no cada uno por su lado, sino juntos.
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