El 29 de octubre, Ángel Olaran (Hernani, 1938) salió de la ciudad de Wukro (Etiopía) para subir a un avión rumbo a España. Los problemas que traía en la maleta eran la mala cosecha por la escasez de lluvias y la amenaza de un plaga de langostas. Pocos días después de aterrizar, el misionero vasco nunca imaginó que sus preocupaciones iban a cambiar radicalmente. Lo que era un viaje de unas semanas para visitar a familiares y amigos, operarse de un glaucoma y asistir a un compromiso en Alicante vinculado con el tercer sector, se ha convertido en una estancia angustiosa por la inquietud de regresar lo antes posible a un país enfrentado.
El 4 de noviembre, el primer ministro etíope y Premio Nobel de la Paz en 2019, Abiy Ahmed, declaraba la guerra al gobierno del Tigray, una región situada en el norte de Etiopía en la que reside desde hace 28 años el sacerdote de la orden de los Misioneros de África –también conocidos como los Padres Blancos–. Hasta ahora, el corte de la conexión a Internet y el bloqueo informativo impuestos por el Gobierno federal desde el inicio de la ofensiva militar, impedían a Olaran saber a ciencia cierta cómo se encontraban los sacerdotes y colaboradores con los que trabaja en la Misión Saint Mary, donde desarrolla una reconocida labor educativa y de apoyo a los colectivos más vulnerables. Tampoco conocía la dimensión real de los ataques militares.
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