Pero, ¿en qué mundo vives, Jesús?… Nadie duda de tu bondad y de tus más que buenas intenciones; pero, ¿cómo se te ocurre decir que hay que “amar a los enemigos”?… De acuerdo, aunque a regañadientes, con tu voluntad de perdonar a ultranza, sin pedir nada a cambio (a pesar de que eso sea ya de por sí prácticamente imposible, si pretendemos una sociedad “justa y equitativa”…); pero aun así, a pesar de disculparte por esa “fijación” tuya, casi obsesiva, en la misericordia y el perdón, ¿a qué viene exagerar las cosas hasta el límite de pretender lo imposible, lo casi contradictorio con nuestra vida real, tal como la hemos de vivir en esta sociedad forzosamente desigual e injusta que no hemos elegido nosotros y nos viene impuesta?…
El propio Jesús habla de hacer algo “extraordinario”…; y casi dan ganas de decirle, como si lo hubiéramos así atrapado con sus propias palabras: “¿y quién te ha dicho que queramos hacer algo extraordinario?… Pero si justamente los cristianos casi presumimos de lo contrario: de no querer destacarnos por nada, de hacer todo “lo normal y ordinario” como ciudadanos “ejemplares”, sin distinguirnos en nuestra vida por nada especial, y únicamente añadiendo a “lo normal” de cualquiera (a título privado y “sin tener que dar cuentas ni que le importe a nadie”), el cumplimiento de nuestras celebraciones religiosas, el intentar “ser mejores” creciendo en solidaridad y en generosidad, y el no disimular ni avergonzarnos d llamarnos creyentes y cristianos (que a veces también…).
Pero es evidente que la respuesta de Jesús no puede ser otra que decirnos: “¿es que acaso crees que seguirme no es “algo extraordinario”?… ¿es que no has comprendido aún que te convoco precisamente a “lo imposible”?… ¿es que hay algún discípulo que pretenda serlo sin cambiar su vida, sin “salir de este mundo”?… ¿con tan poca profundidad, y de forma tan superficial, os habéis acercado a mí?… Quien quiera sólo creer en mí, que crea; pero quien se atreva a confesarse discípulo mío porque acepta mi llamada, sin necesidad de alterar su forma material de vida, ¡ha de vivir desde mí, a mi manera!: es decir, a la manera de Dios, de ese Dios incomprensible, absurdo y contradictorio en apariencia… en dimensiones de excepcionalidad respecto a este mundo, en el surco de lo divino encarnado, en lo extraordinario accesible al Espíritu Santo derramado, en la provocación de lo imposible, pero posible para Dios y también para los suyos”…