EL MÁS ALLÁ NO ES CONTINUACIÓN DEL MÁS ACÁ (Lc 20,27-38)
Estamos en Jerusalén. Lc ya ha narrado la entrada solemne y la purificación del Templo. Sigue la polémica. Los saduceos, que tenían su bastión en torno al templo, entran en escena. Era más un partido político que religioso. Estaba formado por la aristocracia laica y sacerdotal. Preferían estar a bien con la Roma y no poner en peligro sus intereses. Solo admitían el Pentateuco como libro sagrado. Tampoco admitían la tradición. No creían en la resurrección. Jesús no responde a la pregunta sino a lo que debían haber preguntado.
El planteamiento responde a una visión mítica. Lo que encerraba una verdad desde esa visión, se convierte en absurdo cuando lo entendemos racionalmente. Pensar y hablar del más allá es imposible. Es como pedirle a un ordenador que nos dé el resultado de una operación sin suministrarle los datos. Ni siquiera podemos imaginarlo. Puedo imaginar lo que es una montaña de oro aunque no exista en la realidad, pero tengo que haber percibido por los sentidos lo que es el oro y lo que es una montaña. No tenemos datos objetivos para imaginar el más allá. Todo lo que llega a la mente entra por los sentidos.
Las imaginaciones carecen de sentido. Lo racional es aceptar que no sabemos nada. El instinto más visceral de todo ser vivo es la permanencia en el ser; de ahí que la muerte se considere como el mal supremo. Para el ser humano, con su capacidad de razonar, ningún programa de salvación será convincente si no supera su condición mortal. Si el hombre considera la permanencia en el ser como un valor absoluto, también considerará como absoluta su pérdida. Todos los intentos por encontrar una solución serán inútiles.
Texto completo: Domingo 32 del Tiempo Ordinario – ciclo ‘C’ – por Fray Marcos