«Exactamente lo contrario de lo que ahora están haciendo los ‘judíos’ con los ‘palestinos'»
| José María Castillo teólogo
Como es bien sabido, la Biblia dice que Dios se le apareció a Moisés cuando los judíos eran esclavos de los egipcios. Esto es lo que relata el capítulo tres del libro del Éxodo, en el episodio de la zarza que ardía y no se apagaba (Ex 3, 1-2). Y desde la zarza ardiendo, el Señor le dijo a Moisés: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He venido a liberarlo de los egipcios” (Ex 3, 7). Sin duda alguna, el Dios de los judíos es un “Dios liberador”.
Por eso, porque Dios es así y se dedica a liberar a los oprimidos, cuando Moisés le preguntó a Dios: “¿cuál es tu nombre?” (Ex 3, 13). Dios le dijo a Moisés: “Yo soy”… “Este es mi nombre para siempre” (Ex 3, 14-15). Y éste, ni más ni menos, es el nombre que Jesús se apropia, en el Evangelio. Así se lo dijo el mismo Jesús a la mujer samaritana cuando ésta le preguntó al propio Jesús quién sería el Salvador: “Yo soy, el que habla contigo” (Jn 4, 26). Y a los dirigentes judíos les dijo sin dudarlo: “Antes de que Abrahán existiera, yo soy” (Jn 8, 58). Por esto, Jesús llega a decir: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 30).
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