El ayuno cultural nos expone a los mensajes tóxicos de la posverdad, mientras que la filosofía y la ética fortalecen nuestro sistema inmune cognitivo, capacitándolo para filtrar la desinformación.
Hace un año algunos pensábamos que una pandemia global podía contribuir a replantearnos las reglas del juego y propiciar nuevos modelos de contrato social. El confinamiento domiciliario nos daba ocasión de revisar nuestras preferencias y reparar en lo primordial. Pudimos redescubrir que la vida es algo sencillamente insustituible, al ser la condición de posibilidad para todo lo demás. Por eso las personas no tienen precio y poseen dignidad, para decirlo en términos kantianos. Ninguna cosa, por valiosa que sea en términos relativos, puede quedar por encima de un integrante del género humano.
Como cualquier otra crisis, la pandemia conocida en 2020 puede ser un vivero de oportunidades y podemos extraer muchas lecciones positivas, aunque nos lleve algún tiempo tomar buena nota de sus enseñanzas, porque las inercias tienden a mantener los viejos esquemas y cuesta renovarlos.
A la hora de hacer inventario, cabría reparar en los desaciertos y las decisiones que fueron manifiestamente mejorables. Pero puede ser mucho más útil y alentador fijarnos en la pizarra donde figuran los corolarios positivos.