La manera en la que Akwaeke Emezi ha recuperado la cosmogonía igbo, la ha introducido en una narración completamente contemporánea y la ha utilizado para dar una explicación a algunas de las preocupaciones más básicas de la vida actual es simplemente magistral. A esa excepcional capacidad hay que unir el hecho de que Emezi, simplemente, narra bonito, consigue una cadencia y un ritmo en el relato que hace que el lector o la lectora vaya fluyendo sobre una historia en la que se combinan pasajes dulces y delicados con otras escenas atroces y descarnadas. La novela debut de Emezi, Freshwater, fue recibida con entusiasmo por la industria editorial y por los medios literarios y, afortunadamente, fue publicada, primero en catalán por Periscopi como Aigua dolça (con la traducción de Albert Torrescasana), y después casi simultáneamente por la editorial argentina Chai como Manantial (con la traducción de Damián Tullio) y desde Bilbao por Consonni como Agua Dulce (a través de la traducción de Arrate Hidalgo). Las citas de esta reseña se corresponden con esta última versión, en la que Hidalgo refleja un cuidado estilo narrativo lleno de poesía y atrevidas metáforas que resultan increíblemente gráficas.
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