Urbi et orbi. A la ciudad y al mundo. Pero sin un solo fiel. Es esta la paradoja a la que se ha enfrentado de nuevo el papa Francisco al impartir su tradicional bendición de Navidad el 25 de diciembre. Que esta vez no ha tenido lugar en la logia de la Basílica de San Pedro, sino en la Sala de las Bendiciones, situada en el interior del Palacio Apostólico y en la que han estado presentes solo una cincuentena de personas sentadas en sillas. Todo bajo el foco de las cámaras. El confinamiento italiano obliga.
Sin embargo, no ha sido un obispo de Roma solitario el que ha lanzado su llamamiento, sino un papa vinculado al mundo. «Este Niño, Jesús, ‘ha nacido para nosotros’: un nosotros sin fronteras, sin privilegios ni exclusiones«, ha declarado Francisco, insistiendo en la fraternidad universal. «No una fraternidad hecha de bellas palabras, de ideales abstractos, de sentimientos vagos… No. Una fraternidad basada en el amor real«. Una idea sobre la que Francisco insiste regularmente, sobre todo en su encíclica Fratelli tutti, publicada en octubre.
Y es precisamente en nombre de esta fraternidad que ha lanzado sus llamamientos en favor de la paz por el mundo entero, con el fin de animar a cada uno a «encontrar al otro que es diferente a mí, de compadecerse de su sufrimiento, de acercarse y de cuidarlo, aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi religión».