

Líbano y Palestina: dos pueblos vecinos apoyados por la solidaridad africana. El primero, oficialmente en bancarrota desde 2022, necesita más que nunca de la ayuda de sus hermanos de África occidental. El segundo, envuelto en uno de los períodos más violentos de las dos últimas décadas, tiene entre sus miembros a una interesante minoría africana con mucho que decir.
Este artículo es parte de una serie sobre las relaciones entre Estados africanos y otros países o naciones externas al continente. En la pasada entrega hablamos de Argentina y Brasil. Previamente, abordamos Turquía y los países del Golfo; Israel e India, y Corea del Sur y Japón.
“A menudo, mis amigos marfileños dicen que no soy marfileño, pero los libaneses también dicen que no soy libanés, entonces, ¿de dónde soy?”, se pregunta Mohamed Lakis, primer consejero municipal de su distrito natal, Abiyán. Como él, hoy conviven en Costa de Marfil hasta cuatro generaciones de libaneses. Este doctor presume de conjugar el amor por su patria de origen y hacia su patria de adopción: “La primera vez que pisé el Líbano tenía 30 años. Aunque a veces mi acento y mi forma de comportarme me han hecho sentirme un poco extranjero, hoy me siento plenamente integrado en Líbano”.
En la actualidad, hay más libaneses residiendo fuera del país que dentro. Aunque no existen fuentes fiables, en 2018, el gobierno libanés estimaba la diáspora en cerca de 15,4 millones de personas. En el continente africano, se calcula que son unos 250.000 repartidos entre Senegal, Costa de Marfil, Malí, Guinea, Benín y Mauritania.
Desde que se instalaron en estos territorios bajo ocupación del Imperio francés a principios del siglo XX, creyendo que habían llegado a las Américas, la comunidad de libaneses en busca de oportunidades de negocio en África Occidental no ha dejado de crecer. Su espíritu empresarial hizo que no siempre fueran bien recibidos por los colonizadores, tal como afirma el historiador Andrew Arsan en su obra Interlopers of Empire: The Lebanese Diaspora in Colonial French West Africa. Los libaneses suponían una competencia inoportuna para las empresas francesas, que dominaban la economía local. Esto se tradujo en tensiones con los recién llegados, vistos como “intrusos del imperio”, y a menudo falsamente acusados de “estafadores” y “contrabandistas”.
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