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Roca. Una palabra bisílaba sirve para explicar el origen de todos los dramas que se desploman sobre Tigray, la región ubicada más al norte de Etiopía y escenario de algunos de los mayores horrores de nuestro siglo. Ro-ca. Dos sílabas que arrastran tras de sí más muertes de las que una persona pueda contar. Las carreteras zigzaguean entre las montañas como riachuelos asfixiados por la densidad de la hemoglobina, los rebaños de cabras hacen equilibrios, los hombres cuchichean y sus susurros se pierden en los escarpados riscos. Son palabras sazonadas de rabia porque Tigray conoció entre noviembre de 2020 y noviembre de 2022 el horror de una guerra contra el Estado etíope que dejó tras de sí la escalofriante cifra de 600.000 muertos.
Una roca que siglos atrás supuraba generosas láminas de oro y que hizo del norte de la actual Etiopía, entonces conocido como el reino de Axum, una región rica y codiciada por sultanes yemeníes, monarcas fratricidas y obispos ortodoxos que arrastraban tras de sí las ambiciones de quien busca estrechar entre sus brazos el brillo del poder. Un oro que ya no existe, se agotó. Un oro que permitió construir algunos de los ejemplos arquitectónicos más hermosos del sur del Sáhara y que hoy sirven como un recordatorio constante de lo que fueron sus antepasados.
¿Cómo podrían los tigranios mantener hoy el recuerdo de sus antepasados, sin una riqueza que lo sostenga? ¿Cómo hacerse un hueco entre los poderosos amhara y los oromo que acechan al sur de sus fronteras? ¿Cómo existir, en definitiva, cuando entre sus campos sólo crecen piedras y se deslizan pendientes de miseria? Tigray no cuenta con accesos al mar Rojo. No cruzan su territorio importantes rutas comerciales. Es por esta razón, y no otra, por lo que Tigray combate con fiereza por el poder desde hace aproximadamente 150 años, desde que Reino Unido batallaba en Sudán para ampliar su influencia desde Egipto. El poder es su semilla y su cosecha, su lluvia y su sol.
Cuando el gobernante tigranio Kasa Mercha marchó en 1871 junto con una expedición británica a combatir contra el emperador etíope Tewodros II, y capturó al emperador, coronándose así como Juan IV de Etiopía, la sed de poder guiaba las riendas de su corcel y los pasos de su ejército invicto. Cuando el líder tigranio Meles Zenawi derrocó en 1995 al gobierno comunista de Etiopía, gobernando así el país de la mano del Frente de Liberación Popular de Tigray (FLPT) hasta 2012, y reorganizó la nación en once Estados con una base étnica, la libertad era su baluarte y el poder el trasfondo de su misión. Así se comprende que Tigray, de una manera u otra, en la victoria o en la derrota, ha protagonizado los grandes acontecimientos que han delimitado la política etíope desde el siglo XIX. Porque su supervivencia depende de ello.
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