Jeremías 17,5-8 — 1 Corintios 15,12.16-20 — Lucas 6,17.20-26
“Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”. La versión de las Bienaventuranzas «según» (nunca mejor dicho) Lucas, parece mucho más contundente que la versión aparentemente más suave de Mateo: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Sobre todo dado que la preferencia de Dios por los pobres es una constante en el evangelio según Lucas: “A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”, canta María en su visita a Isabel. “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces”, explica el patriarca Abrahán en la parábola al hombre rico. ¿Prefiere Dios a los pobres? ¿Los ama más que a los ricos?
Esta parece la convicción de Pablo cuando escribe a los corintios: “Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta”. Pero si Dios prefiere a los pobres, ¿Cuáles deben ser nuestras actitudes hacia la riqueza, nuestra forma de vivir y consumir y, sobre todo, nuestro comportamiento hacia los pobres? Preguntas claras y transparentes, pero penosas por lo muy exigentes que son, y a las que todo discípulo de Jesús está moralmente obligado a responder. Si no lo hace, mejor que no pretenda ser “cristiano”.
Texto completo: 6º domingo C-Echeverría